Juan Soto Ramírez
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Psicologías Inútiles

A V I S O

Este trabajo es parte de un proyecto más amplio que lleva el mismo título. En él participan amigos y colegas de diversas universidades y espacios académicos, principalmente a nivel nacional. Denominar "inútil" algo tiene 2 sentidos: uno irónico y otro paradójico. En un mundo como este en donde se sostiene que toda psicología que no se aplica no sirve, es irónico echar a andar un proyecto como este pues aparece en un mundo plagado por el sentido "útil" Es paradójico creer en un proyecto inútil pues lo que se pretende es que no sirva, pero terminará sirviendo. Este trabajo fue presentado en el "II Encuentro Nacional de Estudiantes de Psicología" que se llevó a cabo del 5 al 7 de abril del 2006 en la ciudad de Nuevo León, en el marco de un simposio que llevó el mismo título de este trabajo.

 

 


 

Preguntarse ¿qué es lo inútil?, es un buen comienzo para abrir una mesa de reflexión como esta en un “marco formal” e “institucionalizado” como este encuentro de estudiantes. Conceptualmente, lo inútil es lo opuesto a lo útil, palabra que viene del latín utilis que quiere decir que produce provecho o beneficio, o sirve para algo. En la lengua francesa, el vocablo outil (que se emplea en plural) significa utensilio o herramienta. Sin embargo, conceptualmente hablando, la discusión sobre lo inútil resulta ser inútil por sí misma. Para que la discusión sobre lo inútil cobre sentido, hay que desplazarla a un terreno que no sea meramente conceptual y comenzar a interrogarse sobre todas aquellas cosas, situaciones, procesos, etc., que, de una u otra forma, se relacionan con el sentido de lo inútil. Lo que en una sociedad se designa inútil, tiene que ver, en términos muy generales, con criterios y elementos espaciales y temporales, por lo que lo interesante no es lo que las sociedades designan inútil, sino la forma en cómo lo designan y construyen los significados de lo inútil, versus lo útil. Es decir, los procesos de significación de lo inútil o los procesos que ayudan a erigir un límite entre lo útil y lo inútil, son procesos sociales, políticos, económicos, psicológicos, etc., que están más allá de lo que realmente es considerado como una u otra cosa.

Lo que se considera útil en esta sociedad, puede no serlo en otra y así sucesivamente, sin que esto lleve la discusión sobre lo inútil a una suerte de relativismo epistemológico o a una postura epistemológica indefinida sobre lo inútil. De hecho este texto de apertura tratará de fijar la forma en cómo concebimos lo inútil y su pertinencia en el campo se la psicología social. Cada sociedad tiene sus propios universos materiales y simbólicos de lo inútil, en cada sociedad existe un espacio reservado para lo inútil en múltiples planos: el de la vida cotidiana, el del conocimiento, el de la aplicabilidad de los conocimientos, etc. Basta detenerse a pensar un poco para comenzar a cuestionarse si una mesa de discusión sobre lo inútil tiene sentido en un evento “formal” como este. Basta detenerse a pensar un poco para llegar a preguntarse si en realidad esta mesa de discusión tiene sentido.

Bien. Si en cada sociedad existe un espacio y un tiempo que pueda darle cabida a lo inútil versus lo útil, eso nos lleva a pensar que cada sociedad tendrá sus propios criterios para designar lo que cabe en dicho espacio. Y eso es precisamente lo que hace de la inutilidad, un tópico interesante en la reflexión psicosocial. Lo interesante, repito, no es todo aquello que es designado como inútil por una u otra sociedad, sino los criterios, lo digo enfáticamente, que establece cada una de ellas, para realizar dicha designación porque estoy convencido de que la reflexión sobre la forma en cómo se construyen dichos criterios es lo que permite una discusión inteligente sobre lo inútil y no precisamente adoptar la postura de que lo inútil simplemente es inútil y no tiene sentido pensar en ello porque, me parece, eso sí es una tautología. Dicho sea de paso, se piensa que una tautología, es un pensamiento inútil.

Aunque a Howard Gardner se le ha criticado demasiado y se ha llegado a decir que su Teoría de las inteligencias múltiples es el consuelo de los estúpidos, él propuso, por ejemplo, que: los actuales métodos de evaluar la inteligencia no se han afinado lo suficiente como para poder valorar los potenciales o los logros de un individuo en la navegación por medio de las estrellas, dominar un idioma extranjero o componer una computadora [que] el problema consiste no tanto en la tecnología de las pruebas sino en la forma como acostumbramos pensar acerca del intelecto y en nuestras ideas inculcadas sobre la inteligencia (1983: 36). Quizá sin quererlo, la propuesta de Gardner nos acercó a una discusión sobre la forma en que los criterios para designar una habilidad, comportamiento, pensamiento, conocimiento, etc., como inteligente, dependían no de la tecnología que se desarrollase para tratar de “medirlos” sino de los criterios sociales que rondaban dichos sucesos. De tal forma que podemos decir que la utilidad de un conocimiento depende de la situación en la que se “valora” su pertinencia. Vayamos a un ejemplo más claro. Un buen psicólogo social es aquel que conoce a los clásicos de su disciplina (mientras más desconocidos mejor), que identifica las corrientes teóricas que le dieron cuerpo a la disciplina, que no sólo sabe plantear problemas de investigación sino que sabe resolverlos, que se actualiza y puede estar en la vanguardia de las discusiones contemporáneas de la psicología social, etc. Sin embargo, dichos conocimientos parecen no ser muy útiles en el momento de formarse en la taquilla para comprar un boleto en un estadio de fútbol o hacer una reservación para un vuelo o en un hotel. La utilidad de un conocimiento, por ejemplo, está determinada, en buena medida, por la situación. Y obviamente, dicha situación, está determinada por los agentes espaciales y temporales propios de una sociedad y una cultura determinadas.

Cuando Bertrand Russell emprendió una crítica feroz hacia La concepción de la verdad de W. James en sus Ensayos filosóficos, dejó muy claro que: la principal crítica que habría que hacer entonces al pragmatismo consistiría en negar que la utilidad sea un criterio útil, porque a menudo es mas difícil determinar si una creencia es útil que determinar si es verdadera [y que] la argumentación de los pragmatistas está dirigida casi enteramente a demostrar que la utilidad es un criterio; [y que] se supone que se sigue de ello que la utilidad es el significado de la verdad (1910: 172-173). El punto medular de la crítica de Russell parece descansar en varios elementos: el primero está relacionado con la manera en cómo determinar el género de bondad de una creencia; el segundo está relacionado con la forma en cómo se establece una diferencia entre criterio y significado; y el tercero en que no se puede aceptar la idea de que la utilidad justifique el significado de la verdad. Russell ponía el siguiente y excelente ejemplo: [decía] la creencia en dios es verdadera, es decir, útil-, mientras que lo que la religión desea es la conclusión que dios existe, conclusión a la que el pragmatismo ni siquiera se aproxima (Idem. 180). Es decir, la creencia en dios es verdadera, pero la creencia en dios, no justifica la existencia de dios, trátese de cualquier dios. En otras palabras, si yo creo que algo es útil o inútil, mi creencia no justifica la utilidad o inutilidad de aquello que creo que es útil o inútil porque para “juzgar” tengo que establecer criterios. Y en el momento en que declaramos que algo es útil o inútil, simplemente no hacemos públicos los criterios que nos llevaron a dicha declaración y sólo los asumimos. Lo importante no es que nos percatemos de la existencia de conocimientos útiles o inútiles, sino de la forma en cómo llegamos a percatarnos de ello.

Cuando era estudiante, casi me trago el cuento de que “psicología que no es aplicada, no sirve”. Y afortunadamente titubeé en el preciso momento. Ahora no me da mucho problema decirlo públicamente: prefiero la psicología teórica. Lo cual no es una forma cobarde de negar la relevancia de la psicología aplicada ni de descalificarla. Simplemente lo comento porque esto nos lleva justo a un punto central de la discusión y es aquel que versa sobre los criterios para diferenciar el carácter de utilidad o inutilidad de unas y otras psicologías. Tal como lo dice Michael Billig: para que un trabajo en psicología sea considerado, “moderno” y “científico”, tiene que cumplir con algunas características básicas. Una de ellas es que debe incluir bibliografía actualizada: cada artículo debe hacer referencia a otro conjunto de artículos publicados hace no más de cinco años y, preferentemente, en un “journal” (1987, 1). Esto, en un sentido amplio y general, es una garantía de que el trabajo presentado pueda considerarse “moderno” y una garantía de que ofrezca una perspectiva actualizada e innovadora de la temática que aborde. Se busca que: nuestras teorías psicológicas sean construidas con el mayor número de elementos modernos posible (Idem. 1). De acuerdo con lo anterior, el acercamiento a las lecturas, por llamarlas de algún modo, “clásicas”, perdería sentido y relevancia, ya que no formarían parte del mundo moderno de la psicología.

Veamos. Casi todos los psicólogos sociales parecen estar de acuerdo que al psicólogo alemán nacido en 1832, en Neckarau (ahora parte de Mannheim), llamado Wilhelm Wundt, se le atribuye la fundación del primer laboratorio de psicología experimental en 1879 (cuando tenía la edad aproximada de 47 años). La mayor parte de los libros de historia de la psicología, llegan a considerarlo uno de los padres de la psicología experimental. No obstante, Wundt no sólo se dedicaba a la psicología experimental y a atender su laboratorio pues sus publicaciones llegan a más de 500. Y cualquier psicólogo social lo sabe, entre sus obras más destacadas encontramos “Psicología de los pueblos”, la cual se reunió en 10 volúmenes y le llevó cerca de 20 años escribir (1900-1920), lo cual quiere decir que no se dedicaba exclusivamente a su laboratorio. Al igual que algunos filósofos de la época, escribió tratados de filosofía: “Lógica” (1880), “Etica” (1886) y “Sistema de filosofía” (1920). Los tres tratados de filosofía que Wundt escribió, estuvieron listos antes que el “Tractatus-logico-philosophicus” (1921), de Ludwig Wittgenstein. Pero a Wundt no se le reconoce como filósofo sino como el fundador del primer laboratorio de psicología experimental. Wundt, podría ser considerado el padre de la Psicología Colectiva, por ejemplo, pero, a veces, y por conveniencia, a los psicólogos de corte experimental se les olvida que Wundt, también hacía otro tipo de psicología: más filosófica y menos o nada, experimental. William James, el pragmatista más famoso (Collins: 1994, 262; Miller en James: 1989, XVII), también fundó un laboratorio de psicología experimental: [aunque] se da como fecha oficial del nacimiento de la psicología científica el año de 1879, en que Wundt estableció en la Universidad de Leipzig un laboratorio psicológico, tanto él como James tenían laboratorios de demostración desde 1875 (Miller en James: 1989, XI), lo cual indica que la psicología experimental tuvo un doble nacimiento. A James, a diferencia de Wundt, lo reconocen por otras cosas como por su célebre libro “Principios de psicología” (1890), o por sus contribuciones al pragmatismo: filosofía oriunda de los Estados Unidos de Norteamérica que arraigó en Europa (curiosamente fundada por Ch. S. Peirce y no por el mismo James). Tanto James como Wundt, tienen un pasado en común, estudiaron medicina y fisiología, impartieron clases de fisiología, pero son reconocidos como “psicólogos”. Sin embargo, sus obras, no son tomadas en cuenta por los psicólogos “modernos”. ¿A qué nos lleva a pensar esta situación?

Bueno, pues al hecho de que en las universidades, tal como lo decía Ch. S. Peirce en sus Escritos Filosóficos: se establece un nivel (standard) oficial de verdad, y mira con desagrado a todo el que lo cuestiona (1931, 60). Bajo el título El estudio de lo inútil, Peirce dedicó cinco apartados para destacar: uno, que contemporáneos de Kepler como Descartes y Pascal, habían abandonado el estudio de la geometría porque decían era totalmente inútil; dos, que lo que distingue a la ciencia verdadera es el estudio de las cosas inútiles; tres, que el propósito de las llamadas “universidades” no es la solución de grandes problemas sino meramente la preparación de una selección de jóvenes para ganar más dinero que sus conciudadanos no tan favorecidos; cuatro, que en las pequeñas academias se hacía énfasis en dar un tono general de respetabilidad a la ciencia pura; y cinco, que podía dudarse de las aportaciones mismas de las academias científicas al mundo de la ciencia. Peirce afirmaba que: las universidades alemanas durante toda una generación rechazaban sin consideración a cualquiera que no ensalzara su rancio hegelianismo, hasta que llegó a producir hedor en las narices de cualquier hombre de sentido común [que] después cambió la moda oficial y un hegeliano era tratado en Alemania con la misma estupidez arrogante con la que antes era tratado un antihegeliano (Idem. 60).

Con el afán de dejar en claro hacia dónde apunta esta breve discusión sobre lo inútil, tomando como base la propuesta de Peirce, digamos que en psicología social sucede algo parecido. Primero, que existe un conjunto de temáticas que en psicología social no se abordan porque simplemente se consideran inútiles sin poner en claro los criterios que se emplean para realizar dicha caracterización y, en consecuencia, la psicología social cuenta con temáticas que se manosean una y otra vez (y en esta ocasión me evitaré la molestia de mencionar alguna, aunque son bastantes, para no herir susceptibilidades). Segundo, que la investigación, la reflexión y el estudio de lo que desde la psicología social formal es considerado inútil, verdaderamente podría permitir un distanciamiento sano de la psicología tradicional y ofrecería no sólo nuevas dimensiones interpretativas a la disciplina sino también diferentes maneras de problematizar la realidad. Tercero, que los versiones oficiales de la psicología social no sólo se imponen autoritariamente y limitan el pensamiento de los estudiantes en proceso de formación de la disciplina, sino que también desalientan nuevas versiones de la psicología social y producen su propio hedor, que no es precisamente el hedor a viejo. Cuarto, que posicionarse en el blindaje discursivo de la psicología científica no permite más que reproducir tradiciones de pensamiento que en vez de realizar aportaciones a la disciplina, sólo permiten ganar prestigio. Y quinto, que la utilidad de la psicología social parece estar calibrada con los ingenuos instrumentos sociales, políticos, económicos y culturales de quienes siguen sosteniendo aberrantemente que “psicología que no es aplicada, no sirve”.

Hay otras formas de hacer psicología social. Hay otras formas de pensar, problematizar, interpretar, reflexionar e incluso experimentar la realidad y no son precisamente esas psicologías que confunden los conceptos de rigidez con rigor en el proceso de la investigación. Hay también, otros métodos y técnicas de investigación que no son precisamente los que arrastran la herencia de la filosofía positivista. Hay, afortunadamente, otro tipo de psicólogos sociales que cambiamos las batas, las corbatas y las barbas blancas, por la mezclilla y los tenis, no porque no creamos en la disciplina sino porque creemos fehacientemente que existen otras formas de hacer psicología social. Hay psicologías que irónicamente hemos llamado inútiles por quedar al margen del blindaje científico de esta época, pero que cobran relevancia gracias a esas formas de hacer psicología que no permiten mirar otras cosas ni mirarlas de otra manera.

Esta mesa tiene dos propósitos centrales. El principal, es ofrecer a ustedes, jóvenes estudiantes de psicología social, un conjunto de aproximaciones epistemológicas a diferentes temáticas que se alejan de las psicologías convencionales. El segundo es quizá más irreverente, es hacer de las psicologías inútiles, un tópico de reflexión y disertación, pero sobre todo, de conversación. Y ya para no dejar de mencionarlo, quiero comentar que quienes estamos aquí, sólo somos una pequeña parte de un grupo más amplio que nos hemos dado a la tarea de confeccionar un libro que llevará, precisamente, el título de Psicologías Inútiles no sin antes apuntar que los trabajos de mis compañeros y el propio, no agotan el amplio espectro de inutilidad de nuestro tiempo y nuestro espacio sociales en materia de psicología social. Gracias.

Referencias

Billig, M (1987): Arguing and thinking, Cambridge, University Press, 1989.

Collins, R (1994): “La tradición microinteraccionista”, Cuatro tradiciones sociológicas, Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, México, 1996, 256-304.

Gardner, H. (1983): Estructuras de la mente. La teoría de las inteligencias múltiples, México, Fondo de Cultura Económica, 2004.

Miller, G.A. (1989): “Introducción”, James, W., Principios de Psicología, México, Fondo de Cultura Económica.

Peirce, Ch. S. (1931): “El estudio de lo inútil” en Escritos filosóficos, México, El Colegio de Michoacán, 1997, 59-60.

Russell, B. (1910): “La concepción de la verdad de William James” en Ensayos filosóficos, Madrid, Alianza, 1985, 159-187

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