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Diálogos imaginarios |
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A continuación ud. encontrará un conjunto de diálogos que he sostenido con mis pequeñas sobrinas en el jardín de mi casa. Las tardes nubladas del otoño son ideales para conversar con ellas...
1. El futuro
1. El Futuro
Daniela: Tío, ¿existe el futuro?
Juan: Sí.
Mariana: ¿Qué?
Daniela: Dice mi tío que el futuro existe.
Juan: Muchas cosas vienen del futuro. La nieve por ejemplo. Pero es difícil demostrarlo porque todo cuanto vemos, lo conocemos sólo en el presente. Sucede que ustedes tienen esa cara de incredulidad porque piensan, como muchos filósofos y otros profesionales, al futuro como una proyección y lo enuncian como una sujeción.
Mariana: Pero el problema no es gramatical.
Juan: No necesariamente. Más bien, yo diría que no del todo.
Daniela: O sea que ¿nosotras venimos del futuro?
Juan: Así es.
Mariana: Y ¿cómo podrías demostrarlo?
Juan: ¿Has mirado cómo tu sujeción al formato de pensamiento positivista te ha llevado a esa pregunta? En fin. Vienen del futuro porque cuando no estaban aquí, cuando yo no me imaginaba charlando con ustedes de todo esto, cuando ni siquiera estaban en el vientre de sus madres, de alguna forma ustedes ya vivían en los discursos de sus padres y de muchas personas más. Ya habían adquirido características humanas e incluso hasta algunos elementos de la personalidad que ahora conozco.
Daniela: ¿Quieres decir que venimos del futuro porque primero aparecemos en el discurso?
Juan: Por supuesto! ¿Acaso no les ha enseñado eso la Biblia? ¿Que primero fue el "verbo"?
2. La risa
Mariana: Ríes. ¿Hay alguna razón para que lo hagas?
Juan: ¿Razón?. Razón, no!
Mariana: ¿Por qué ríes?
Juan: Porque es inherente al ser humano.
Mariana: Y ¿por qué peleas con mi tía? ¿Porque es inherente a tí y a ella?
Juan: Sí.
Mariana: ¿Quieres decir que cuando sea mayor, pelearé con quien me case?
Juan: Inevitablemente.
Mariana: ¿O sea que alguien puede odiarme aún sin conocerme?
Juan: Sí.
3. La sorpresa
Carol: Tío, hoy, precisamente hoy, me sorprendí al mirar un hermoso atardecer, pero me sorprendí más cuando pude preguntarme acerca de la sorpresa. De mi propia sorpresa y de la de los demás. Me sorprendí con mi sorpresa. O la sorpresa me soprendió.
Juan: La sorpresa, amada Carol, aparece cuando se produce una incompatibilidad entre el mundo y lo que piensas de él.
Carol: No entiendo.
Juan: Ejemplos hay muchos. Supón que echo una moneda al aire. ¿Qué podrías esperar de ello?
Carol: Que caiga al suelo. Que caiga cara, por ejemplo.
Juan: Ahora atrévete a pensar lo que no has pensado. Piensa que la moneda cae al suelo, pero cae parada. Piensa que cuando está en el aire, un pato que pasa volando en ese momento la toma en su pico y se la lleva. Piensa que una bala perdida da justo en el punto medio de la moneda y se rompe en pedazos. Piensa que en el aire, justo cuando has elegido "cara", se desintegra en el aire. Las posibilidades son infinitas, pero nosotros pensamos algo opuesto. Es decir, pensamos al mundo desde la finitud. Más aún, lo pensamos desde la comodidad de nuestros "hábitos mentales". De los hechos sensibles del mundo, obtenemos un sentido, muchas veces sólo uno.
Carol: ¿Pero sería posible que alguna de las cosas que me acabas de decir, sucediera en realidad?
Juan: Por supuesto. Yo te diría que lo que sucede con la moneda cuando cae, es producto del pensamiento probabilístico. Pensando en términos de probabilidades, todas las cosas que te acabo de decir tienen una probabilidad muy pequeña de ocurrir, pero eso no quiere decir que sea imposible que ocurran. Para que tú y yo pudieramos conversar el día de hoy, tuvieron que encadenarse un infinito número de situaciones que no podríamos describir. Incluso ni siquiera pensar.
La sorpresa, querida Carol, es el resultado la incongruencia de tus "hábitos mentales" y el mundo en el que vives. Si en este momento aventaras una moneda al aire y se quedara flotando eternamente, nos sorprenderíamos al principio. Sin embargo, si descrubiéramos que aventando monedas al aire en este sitio preciso, todas las monedas se quedaran suspendidas, nos familiarizaríamos con ello. De tal manera que en determinado momento nuestra sorpresa desaparecería. Ya no habría de qué sorprendernos porque habríamos generado otro "hábito mental" que nos permitiría entender lo que vemos.
Carol: Déjame ver si entendí bien. La sorpresa entonces es, de algún modo, producto de la ignorancia. Determinados sucesos del mundo no son sorprendentes. Lo sorprendente es la manera en cómo nos aferramos a nuestros "hábitos mentales". La sorpresa es de cierto modo una ceguera.
Juan: ¿No es sorprendente?
Carol: No, no lo es.
4. El recuerdo
Paola: ¿La felicidad es lo opuesto a la tristeza?
Juan: No, en realidad la tristeza es lo opuesto a lo que piensas que es la felicidad.
Paola: No te entiendo.
Juan: ¿Tiene caso que me entiendas? Alguna vez, después de hacer un examen, una alumna escribió: “¿Y cuál es el verdadero sentido del examen?”. Yo le escribí en su examen: “¿Y cuál es el verdadero sentido de tu pregunta?”
Paola: Y ¿qué te dijo?
Juan: Simplemente calló.
5. ¿Qué es un hecho?
Paola: ¿Qué es un “hecho”?
Juan: Un hecho es una traducción.
Paola: ¿Una reconstrucción?
Juan: No, una traducción.
Paola: ¿Una interpretación?
Juan: No, una traducción.
Paola: ¿Una construcción?
Juan: Tú ganas, un “hecho” es una necedad.
6. Sobre la felicidad y la trsiteza
Dany: ¿Eres feliz?
Juan: Nunca lo he sido.
Paola: Y ¿cómo ríes?
Juan: Simplemente río.
Dany: ¿Eres triste?
Juan: Nunca lo he sido, simplemente lloro.
Paola: ¿Y cuando no lloras ni ríes?
Juan: Simplemente recuerdo.
7. El día en que Pollner nos engañó a todos
Dani: Esta mañana me entretuve leyendo a Pollner.
Juan: ¿Melvin?
Dani: Así es.
Juan: ¿Y?
Dani: Pues que me maravilló con el asunto de las proposiciones.
Juan: Pollner está equivocado.
Dani: ¿Cómo? No es posible. Pollner afirma que existen dos tipos de proposiciones. Las corregibles y las incorregibles. Dice que las proposiciones corregibles nos ofrecen información sobre el mundo. Sostiene que las afirmaciones corregibles son aquellas que retiraríamos y admitiríamos como falsas si sucedieran ciertas cosas en el mundo. De las proposiciones incorregibles dice que son aquellas que no nos dicen nada. Te lo diré textualmente: “Una proposición incorregible es aquella que nunca admitiríamos como falsa suceda lo que suceda: por lo tanto, no nos dice qué sucede”.
Juan: Ok pequeña. Vamos con calma. Pollner, rescatando los magníficos ejemplos de Evans-Pritchard, analiza cómo las nociones místicas de los azande se encuentran interrelacionadas por una red de lazos lógicos y están organizadas de tal forma que nunca llegan a contradecirse de forma radical.
Dani: Ajá.
Juan: Lo interesante es que lo que podemos llamar "el sistema de Pollner", y en general cualquier sistema de conocimientos, está configurado de la misma manera. Tanto mi sistema de conocimientos como el tuyo están construidos de la misma manera.
Dani: Sí, pero no entiendo lo que quieres decir.
Juan: Que nuestro querido amigo Pollner no se percató de que su sistema de conocimientos puede entrar en contradicción.
Dani: ¿Cómo? A ver, eso me interesa.
Juan: Fíjate pequeña Dani. Si admitimos que: “Una proposición incorregible es aquella que nunca admitiríamos como falsa suceda lo que suceda”, entonces no tenemos ningún problema, suponemos que estamos frente a una “verdad”. Sin embargo, para aceptar que esa proposición es verdadera, debemos reconocer su “incorregibilidad”, lo cual es imposible. Si la proposición: “Una proposición incorregible no nos dice nada” es verdadera, entonces esa misma frase es verdadera e incorregible, y en consecuencia no nos dice nada. Fíjate bien: “ “La proposición: “ Una proposición incorregible es aquella que nunca admitiríamos como falsa suceda lo que suceda: por lo tanto no nos dice qué sucede” ”, no puede decirnos nada si la tomamos como una proposición incorregible. Si la tomamos como una proposición corregible entonces lo que se dice de las proposiciones incorregibles no puede tomarse como “verdadero”.
Dani: Entonces ¿Pollner nos engañó a todos?
Juan: Yo no diría que esa era la pretensión de Pollner, sucede que la máxima: “Una proposición incorregible es aquella que nunca admitiríamos como falsa suceda lo que suceda: por lo tanto no nos dice qué sucede” no es inmune a desacreditaciones. Como toda afirmación que podamos realizar sobre eso que llamamos realidad.
Dani: Ahora pienso entonces en la grandeza de Bertrand Russell y de Max Black. Caigo en la cuenta de lo que hicieron. Pero también caigo en la cuenta de que si me atrevo a sostener que “no hay verdades universales” entonces me estaría contradiciendo a mí misma porque esa sería una verdad universal.
Juan: En fin.
8. Nada te garantiza que nada te garantiza
Juan: Ana Paola, hoy viví el día más feliz de mi vida
Ana Paola: Es imposible. Y es imposible porque no puedes saber que este es el último día de tu vida. Tío, ¿Cómo puedes estar seguro que este es el último día de tu vida? Nadie puede saberlo. Quizá mañana yo muera, quizá mañana tú también, quizá mañana muramos juntos cuando me vayas a dejar a la escuela. Quizá mañana no sea mañana para ti ni para mí. Nada te garantiza que veas al Sol salir o, más bien, entiendas que el Sol no sale. Ni se oculta. Si tú piensas cómodamente, como lo hace la mayoría de las personas, seguirás linealmente el juego de la vida. Debes recordar que en esas charlas que hemos tenido en este jardín has hablado de la seguridad. La seguridad ontológica, no me importa que las personas que nos escuchen no sepan qué es, es vital. No entiendo ni un ápice de lo que me dices, en el sentido de que en tu comentario no hay más que una seguridad complejamente articulada para sentirte bien. Yendo más atrás. ¿Podrías decirme qué es la felicidad? ¿Podrías asegurar que la vida se te acabará después de este comentario?
¡Por favor! ¡Tío! Nada te garantiza que este sea el día más feliz de tu vida.
¿Nada te garantiza que mañana podamos sonreír como nunca lo hemos hecho?
9. El final y el principio
Juan: Pienso que todo final es un inicio. Y que todo inicio es un final anunciado
Dany: No estoy de acuerdo. ¿Cómo determinar qué es un inicio y qué es un final?
Juan: Sé que no podemos determinarlo. Sé, como tú, que no hay un límite preciso entre el inicio y el final. Sé que eso es simbólico. Sé, por todo lo que hemos platicado, que inicio y final siempre se van a tocar, pero no sabemos cómo, ni sabremos cuándo.
Dany: Por eso te dice la gente que no sabes de complejidad. Que “vos” evades los problemas reales de la teoría a través de las metáforas. Confundes el lenguaje con lo inefable.
Juan: Y tú, ¿no estarás confundiendo lo inefable con el lenguaje? ¿Cómo asegurar que el error es mío y no tuyo? ¿Cómo asegurar lo que aseguras si sólo te da por descalificar lo que acepto?
Dany: No has aprendido la lección, niegas aceptando y aceptas negando.
Juan: Y tú, ¿no estás haciendo lo mismo?
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Nada es para siempre...ni esta frase... |
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Ya está en funcionamiento nuestro nuevo sitio:
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